Machwerk
R.W. Aristoquakes
Teil 46 - 10
Der Kriegsveteran
achdem
der gute Krotterich
Angesehen hatte sich,
Was nach freiem Ermessen und Belieben,
Die Skandinavier zu dem schrieben,
Was frei nach Homer dereinst gedichtet,
Vom Froschmäusekriege steht berichtet,
Sah zu Haus der Veteran,
Sich zwecks weiterem Studium
Bei den Italienern um.
Dazu klickte er spontan,
Ja er war ein schlauer Lurch,
Sich online im Netze soweit durch,
Bis mit dem Handy in der Hand
Er ein paar Seiten dazu fand.
Er entdeckte mancherlei, mitunter
Auch Bilder, die lud er sich herunter.
Die Texte, ohne sie groß durchzusehen
Ließ er wo sie waren stehen,
Und wandte sich im Nu
Den Illustrationen erst mal zu.
Ach was war das interessant.
Auf einem Wandgemälde imposant,
War der Krieg, der in der alten Welt,
Lange vor der Zeitenwende,
Am Eridanos ausgebrochen war,
Vom Anfang bis zum bittren Ende,
Übersichtlich wunderbar,
Krotterich staunte. Was er da
Von der antiken Prügelei,
Aus seinem Samsung-Handy sah
War genau das was er suchte.
***
Und dann ging er ins Detail.
Er sah, wie Pausback der verruchte
Frosch Maus Kümeldieb gar fies,
In seinem Teich ersaufen ließ.
Dann hat das ganze Kriegsgeschehen
Er schwarz auf weiß sich angesehen.
Was er feststellte am Ende, war,
Dass der Krieg ganz offenbar,
Leicht zu verhindern wär' gewesen.
"Wenn die Götter, anstatt selbst zu streiten,
Vom Olympe aus mit eisernem Besen,
Dazwischen gegangen wären beizeiten,
Bevor der Krieg hat angefangen,
Wäre es ganz sicherlich,"
So dachte der gute Krotterich,
"Ohn' all das Morden auch gegangen!"
So kam es, wie es immer kommt
Wenn zwei Völker sich bekriegen,
Es einem dritten sicher frommt,
Ist das Elend erst gediehen,
Den eignen Nutzen draus zu ziehen,
Und über beide zu obsiegen.
Und dann dachte er gar heiter
Kopfschüttelnd bei sich weiter:
"Auf den alten Zeus auf dem Parnass,
War damals wahrlich kein Verlass!
Und der, der nun dort oben sitzt,"
So dachte kritisch weiter er,
"Taugt ganz sicher auch nicht mehr!"
Da hat es gedonnert plötzlich und geblitzt
Und ein Gelärme kurios
Brach aus heitrem Himmel los,
Wie es sonst in lauer Nacht
Ein laichbereiter Frosch nur macht.
Da hat Krotterich gar wohlerzogen
Sich schnell in seinen Teich verzogen,
Denn er wollte sich nicht tadeln lassen,
Aber auch nichts dort verpassen.
***
Später hat er dann gelesen
Was damals noch so ist gewesen.
Als nebst Zeus ganz offenbar,
Auch Homer nebst ihm, dort oben war.
Al
comenzar esta primera página, ruego al coro del Helicón que venga a mi alma
para entonar el canto que recientemente consigné en las tablas, sobre mis
rodillas —una lucha inmensa, obra marcial llena de bélico tumulto— deseando que
llegue a oídos de todos los mortales cómo se distinguieron los ratones al
atacar a las ranas, imitando las proezas de los gigantes, hijos de la tierra.
Tal como entre los hombres se cuenta, su
principio fue del
siguiente modo:
Un
ratón sediento, que se había librado del peligro de una comadreja, sumergía su
ávida barba cerca de allí, en un lago, y se refocilaba con el agua dulce como
la miel cuando le vio una vocinglera rana, que en el lago tenía sus delicias y
le habló de esta suerte:
—Forastero, ¿quién eres? ¿De dónde viniste a
estas riberas? ¿Quién te engendró? Dímelo todo sinceramente: no sea que yo advierta que mientes. Si te
considerare digno de ser mi amigo, te llevaré a mi casa y te haré muchos y
buenos presentes de hospitalidad. Yo soy Hinchacarrillos y en el lago me honran
como perpetuo
caudillo de las ranas: crióme mi padre Lodoso y me dio a luz Reinadelasaguas,
que se había juntado amorosamente con él a orillas del Erídano. Pero noto que
también eres hermoso y fuerte, más aún que los otros; y debes de ser rey
portador de cetro y valeroso combatiente en las batallas. Mas sea, declárame
pronto tu linaje.
—¿Por
qué me preguntas por mi linaje? Conocido es de todos los hombres y dioses y
hasta de las aves que vuelan por el cielo. Yo me llamo Hurtamigas, soy hijo del magnánimo Roepán y tengo por madre a Lamemuelas, hija
del rey
Roejamones. Pero, ¿cómo podrás conseguir que sea tu amigo, si mi naturaleza es
completamente distinta de la tuya? Para ti la vida está en el agua, mas yo
acostumbro roer cuanto poseen los hombres: no se me oculta el pan floreado que
se guarda en el redondo cesto; ni la gran torta rociada de sésamo; ni la tajada
de jamón; ni el hígado, dentro de su blanca túnica; ni el queso fresco, de
dulce leche fabricado; ni los ricos melindres, que hasta los inmortales
apetecen; ni cosa alguna de las que preparan los cocineros para los festines de
los mortales, echando a las ollas condimentos de toda especie.
Jamás
huí de la gritería horrenda de las batallas, sino que siempre me encamino hacia
el tumulto y pronto me mezclo con los combatientes más avanzados. No me espanta
el hombre con su gran cuerpo, pues encaramándome a la cama en que reposa le
muerdo la punta del
dedo y hasta le cojo por el talón sin que le venga ningún dolor ni le desampare
el dulce sueño mientras yo le muerdo. Dos son los enemigos de quienes en gran
manera lo temo todo en toda la tierra: el gavilán y la comadreja, que me causan
terribles pesares; y también el luctuoso cepo, donde se oculta traidora muerte.
Pero temo mucho más a la comadreja, que es fortísima y, cuando me escondo en un
agujero, al mismo agujero va a buscarme. No como rábanos, ni coles, ni calabazas ni me
nutro de verdes acelgas ni de apio; que estos son vuestros manjares, alimentos
propios de los que habitáis en la laguna.
A
estas razones Hinchacarrillos contestó sonriendo: —¡Oh forastero! Mucho te
envaneces por lo del vientre; también las
ranas tenemos muy muchas cosas admirables de ver, así en el lago como en la tierra firme.
Pues el Cronión nos dio un doble modo de vivir y podemos saltar en la tierra y
zambullir nuestro cuerpo en el agua, habitando moradas que de ambos elementos
participan. Si quieres comprobarlo, muy fácil te ha de ser: monta sobre mi
espalda, agárrate a mí para que no resbales y llegarás contento a mi palacio.
Así dijo; y le presentó la espalda. El otro, subiendo al punto con fácil salto,
asióse con las manos al tierno cuello. Y al principio regocijábase contemplando
los vecinos puertos y deleitándose con el nado de Hinchacarrillos; mas, así que
se sintió bañado por las purpúreas olas, brotáronle copiosas lágrimas y,
tardíamente arrepentido, se lamentaba y se arrancaba los pelos, apretaba con
sus pies el vientre de la rana, le palpitaba el corazón por lo insólito de la
aventura y anhelaba volver a tierra firme; y en tanto el glacial terror le
hacía gemir horriblemente. Extendió entonces la cola sobre el agua, moviéndola como un remo, y, mientras
pedía a las deidades que le dejaran arribar a tierra firme, iban bañándolo las
purpúreas ondas. Gritó, por fin, y estas fueron las palabras que profirió su
boca:
—No
fue así ciertamente como llevó sobre los hombros
la amorosa carga el toro que, al través de las olas, condujo a Creta la ninfa
Europa; como, nadando me transporta a mí sobre
los suyos esta rana que apenas levanta el amarillo
cuerpo entre la blanca espuma.
De
súbito apareció una hidra, con el cuello erguido sobre el agua ¡Amargo
espectáculo para entrambos! Al verla, sumergióse Hinchacarrillos, sin parar
mientes en la calidad del
compañero que, abandonado, iba a perecer. Fuese, pues, la rana a lo hondo del lago y así evitó la
negra muerte. El ratón, al soltarlo la rana, cayó en seguida de espaldas sobre
el agua; y apretaba las manos; y, en su agonía, daba agudos chillidos. Muchas veces
se hundió en el agua, otras muchas se puso a flote coceando; pero no logró
escapar a su destino. El pelo, mojado, aumentaba aún más su pesantez. Y
pereciendo en el agua, pronunció estas palabras:
—No
pasará inadvertido tu doloso proceder, oh Hinchacarrillos, que a este náufrago
despeñaste de tu cuerpo como
de una roca. En tierra, oh muy perverso, no me vencieras ni en el pancracio, ni
en la lucha, ni en la carrera; pero te valiste del engaño para tirarme al agua. Tiene la
divinidad un ojo vengador, y pagarás la pena al ejército de los ratones sin que
consigas escaparte.
Diciendo
así, expiró en el agua. Mas acercó a verlo Lameplatos, que se hallaba en el
blando césped de la ribera; y, profiriendo horribles chillidos corrió a
participarlo a los ratones. Así que éstos se enteraron de la desgracia, todos
se sintieron poseídos de terrible cólera. En seguida ordenaron a los heraldos
que al romper el alba convocaran a junta en la morada de Roepán, padre del desdichado Hurtamigas, cuyo cadáver aparecía tendido
de espaldas en el estanque, pues el mísero ya no se hallaba próximo a la
ribera, sino que iba flotando en medio del
ponto. Y cuando, al descubrirse la aurora, todos acudieron diligentes, Roepán,
irritado por la suerte de su hijo, se levantó el primero y les dijo estas
palabras:
—¡Oh
amigos! Aunque a mí solo me han hecho padecer las ranas tantos males, la actual
desventura a todos nos alcanza. Soy muy desgraciado, puesto que perdí tres
hijos. Al mayor lo mató la odiosísima comadreja, echándole la zarpa por un
agujero. Al segundo lleváronlo a la muerte los crueles hombres, con novísimas
artes, inventando un lígneo armadijo que llaman ratonera y es la perdición de
los ratones. Y el que era mi tercer hijo, tan caro a mi y a su veneranda madre,
lo ha ahogado Hinchacarrillos, conduciéndolo al fondo de la laguna. Mas, ea,
armaos y salgamos todos contra las ranas, bien guarnecido el cuerpo con las
labradas armaduras.
Diciendo
semejantes razones, a todos les persuadió a que se armaran; y a todos los armó
Ares, que se cuida de la guerra. Primeramente ajustaron a sus muslos, como grebas, vainillas de
verdes habas bien preparadas, que entonces abrieron y que durante la noche
habían roído de la planta. Pusiéronse corazas de pieles con cañas, que ellos
mismos habían dispuesto con gran habilidad, después de desollar una comadreja.
Su escudo consistía en una tapa de las que llevan en el centro los candiles; sus lanzas eran
larguísimas agujas, broncínea labor de Ares; y formaba su morrión una cáscara
de guisante sobre las sienes.
Así
se armaron los ratones. Las ranas, al notarlo, salieron del agua y, reuniéndose en cierto lugar,
celebraron consejo para tratar de la perniciosa guerra. Y mientras inquirían
cuál fuera la causa de aquel levantamiento y de aquel tumulto, acercóseles un
heraldo con una varita en la mano —Penetraollas, hijo del magnánimo Roequeso— y les anunció la
funesta declaración de guerra, hablándoles de esta suerte: —¡Oh ranas! Los
ratones os amenazan con la guerra y me envían a deciros que os arméis para la
lucha y el combate, pues vieron en el agua a Hurtamigas, a quien mató vuestro
rey Hinchacarrillos. Pelead, pues, los que más valientes seáis entre las ranas.
Diciendo
así, les declaró el mensaje. Su discurso penetró en todos los oídos y turbó la
mente de las soberbias ranas. Y como
ellas increparan a Hinchacarrillos, éste se levantó y les dijo:
—¡Amigos!
Ni he dado muerte al ratón, ni le he visto perecer. Debió de ahogarse mientras
jugaba a orillas del
lago, imitando el nadar de las ranas; y los perversos me acusan a mí que soy
inocente. Mas, ea, busquemos de qué manera nos será posible destruir los
pérfidos ratones. Voy a deciros la que me parece más conveniente. Cubramos el
cuerpo con las armas y coloquémonos todos en los bordes más altos de la ribera,
en el lugar más abrupto; y cuando aquéllos vengan a atacarnos, asgamos por el
casco a los que a nosotros se aproximen y echémoslos prestamente al lago con
sus mismas armaduras. Y después que se ahoguen en el agua, pues no saben nadar,
erigiremos alegres un trofeo que el ratonicidio conmemore.
Diciendo
así, a todos les persuadió a que se armaran. Cubrieron sus piernas con hojas de
malva; pusiéronse corazas de verdes y hermosas acelgas, transformaron
hábilmente en escudos unas hojas de col; tomaron a guisa de lanza sendos
juncos, largos y punzantes; y cubrieron su cabeza con yelmos que eran conchas
de tenues caracoles. Vestida la armadura, formáronse en lo alto de la ribera,
blandiendo las lanzas, llenos de furor.
Entonces
Zeus llamó a las deidades al estrellado cielo y, mostrándoles toda la batalla y
los fuertes combatientes, que eran muchos y grandes y manejaban luengas picas —como si se pusiera en
marcha un ejército de centauros o de gigantes— preguntó sonriente "¿Cuáles
dioses auxiliarán a las ranas y cuáles a los ratones?" Y dijo a Atenea:
—¡Hija!
¿Irás por ventura
a dar auxilio a los ratones, puesto que todos saltan en tu templo, donde se
deleitan con el vapor de la grasa quemada y con manjares de toda especie?
—¡Oh
padre! Jamás iré a prestar mi auxilio a los afligidos ratones, porque me han
causado multitud de males, estropeando las diademas y las lámparas para beberse
el aceite. Y aun me atormenta más el ánimo otra de sus fechorías: me han roído
y agujereado un peplo de sutil trama y fino estambre que tejí yo misma; y ahora
el sastre me apremia por la usura —¡situación horrible para un inmortal!— pues
tomé al fiado lo que necesitaba para tejer y ahora no sé como devolverlo. Mas ni aun así querré
auxiliar a las ranas, que tampoco tienen ellas sano juicio: pues recientemente,
al volver de un combate en que me cansé mucho, me hallaba falta de sueño y no
me dejaron pegar los ojos con su alboroto; y estuve acostada, sin dormir y
doliéndome la cabeza, hasta que cantó el gallo. Ea, pues, oh dioses,
abstengámonos de darles nuestra ayuda: no fuese que alguno de vosotros
resultase herido por el punzante dardo, pues combatirán cuerpo a cuerpo, aunque
una deidad se les oponga; y gocémonos todos en contemplar desde el cielo la
contienda.
Así
dijo. Obedeciéronla los restantes dioses y todos juntos se encaminaron a cierto
paraje. Entonces los cínifes preludiaron con grandes trompetas el fragor
horroroso del
combate; y Zeus Cronida tronó desde el cielo, dando la señal de la funesta
lucha.
Primeramente
Chillafuerte hirió con su pica a Lamehombres, que se hallaba entre los más
avanzados luchadores, clavándosela en el vientre, en medio del hígado: el ratón cayó boca abajo, se le
mancharon las tiernas crines, y, al venir a tierra con gran ruido, las armas
resonaron sobre su cuerpo. Después Habitagujeros, como
alcanzara a Cienolento, le hundió en el pecho la robusta lanza: hizo presa en
el caído la negra muerte y el alma le voló del cuerpo. Acelguívoro mató a Penetraollas,
tirándole un dardo al corazón, y en la propria orilla mató también a Roequeso.
Comepan
hirió en el vientre a Muchavoz, que cayó boca abajo y el alma le voló de los
miembros. Gozalago al ver que Muchavoz se moría, adelantóse e hirió a
Habitagujeros en el delicado cuello con una piedra como de molino y a éste la oscuridad le veló
los ojos.
Grandemente
apesarado Albahaquero hirió al ratón con el aguzado junco, sin que luego se le
acercara para recobrar la lanza. Así que lo vio Lamehombres, dirigióle un
brillante dardo y no le erró, pues se lo clavó en el hígado. Y como viera que Comecosto
huía, cayóse al pie de la elevada orilla. Pero ni aun así cesó de luchar, sino
que le hirió; y éste vino al suelo para no levantarse más; tiñóse el lago con
la purpúrea sangre y el ratón quedó en la ribera envuelto en las delgadas
cuerdas de sus intestinos.
Juncalero,
al ver a Taladrajamones, entró en gran temor, tiró el escudo y huyó, echándose
de un salto en el agua. El irreprensible Reposaenelcieno mató a Pastinascívoro
y Gozaenelagua dio muerte al rey Roejamones, hiriéndole con un canto en la
parte superior de la cabeza: el cerebro le fluía al ratón por la nariz y la
tierra se manchaba de sangre.
Lameplatos
mató al irreprensible Reposaenelcieno, acometiéndole con la lanza; y a éste la
obscuridad le veló los ojos. Puerrívoro, al verlo, cogió por el pie a
Oliscasado y, apretándole con la mano el tendón, lo ahogó en el lago.
Ladrondemigajas
quiso vengar a su difunto compañero e hirió a Puerrívoro en el vientre, en
medio del
hígado: cayó a sus pies la rana y el espíritu de la misma fuese al Hades.
Andaentrecoles, cuando lo vio, tiróle desde lejos un puñado de cieno, que le
manchó el rostro y por poco no le ciega.
Encolerizóse
el ratón y cogiendo con su robusta mano una enorme piedra que había en la
llanura, verdadera carga de la tierra, con ella hirió a Andaentrecoles debajo
de las rodillas: quebróse toda la pierna derecha de la rana, y cayó ésta de
espaldas en el polvo. Vocinglero acudió en su auxilio y, acometiendo a
Ladrondemigajas, le hirió en medio del
vientre: envasóle todo el aguzado junco y, al arrancarle la pica con su robusto
brazo, todos los intestinos se desparramaron por el suelo.
Y
así que lo vio en lo alto de la ribera Habitagujeros —el cual, hallándose
sumamente abatido, se retiraba del
combate cojeando— saltó a un foso para escapar de la horrible muerte. Roepán
hirió en la extremidad del
pie a Hinchacarrillos; y éste, afligido, diose en seguida a la fuga y saltó el
lago.
Alguívoro,
cuando le vio caído y casi exánime, abrióse paso por entre los combatientes
delanteros y acometió a Roepán con el aguzado junco, mas no logró romperle el
escudo y en éste se quedó clavada la punta de la pica. Pero le hirió en el
eximio casco de cuádruple penacho, haciéndose émulo del propio Ares, el divinal Catorégano,
único combatiente que sobresalía entre la muchedumbre de las ranas. Mas
arremetieron contra él y, al verlo, no se atrevió a esperar a los esforzados
héroes y fue a sumergirse en lo profundo del
lago.
Figuraba
entre los ratones el mancebo Robaparte, señalado entre todos e hijo del irreprensible Roedor
que acecha el pan. Roedor fue a su casa y mandó a su hijo que interviniera en
el combate, y éste aseguró, braveando, que había de exterminar el linaje de las
ranas. Púsose cerca de ellas con ganas de combatir reciamente; rompió por la
mitad una cáscara de nuez y armóse metiendo las manos en ambos fragmentos.
Temerosas las ranas fuéronse todas al lago. Y aquél hubiera llevado a cabo su
propósito, pues su fuerza era grande, si no lo hubiese advertido en seguida el
padre de los hombres y de los dioses. El Cronión se compadeció entonces de las
ranas, que perecían, y, moviendo la cabeza, dijo de esta suerte:
—¡Oh
dioses! Grande es la hazaña que van a contemplar mis ojos. Muy perplejo me dejó
Robaparte al gloriarse fieramente de que ha de destruir las ranas en el lago.
Mas enviemos cuanto antes a Palas, que produce el tumulto de la guerra, o a
Ares, para que lo aparten de la batalla no obstante su valentía.
Así
se expresó el Cronida, y Ares contestóle diciendo: —Ni el poder de Atenea ni el
de Ares bastarán, oh Cronida, para librar a las ranas de la perdición horrenda.
Mas, ea, vayamos en su auxilio todos juntos o mueve tu arma con la cual mataste
a los titanes, que eran con mucho los mejores de todos; y de esta manera
quedará domeñado el más valiente, como en otro tiempo hiciste perecer al
robusto varón Capaneo, al gran Enceladonte y a las feroces familias de los
Gigantes. Así dijo; y el Cronida arrojó el brillante rayo. Primeramente
despidió un trueno, que hizo estremecer el vasto Olimpo, y en seguida lanzó el
rayo —temible arma de Zeus— que voló, serpeando, de la soberana mano. Su caída
a todos les causó pavor, así a las ranas como
a los ratones; mas no por eso abandonó el combate el ejército de estos últimos,
que hubiera esperado aún más que antes destruir el linaje de las belicosas
ranas, si Zeus, compadeciéndose de ellas desde el Olimpo, no les hubiera
enviado prestamente auxiliares.
De
pronto se presentaron unos animales de espaldas como yunques, de garras corvas,
de marcha oblicua, de pies torcidos, de bocas como tijeras, de piel crustácea,
de consistencia ósea, de lomos anchos y relucientes, patizambos, de prolongados
labios, que miraban por el pecho y tenían ocho pies y dos cabezas, indomables:
eran cangrejos, los cuales se pusieron a cortar con sus bocas las colas, pies y
manos de los ratones, cuyas lanzas se doblaban al acometer a los nuevos
enemigos.
Temiéronles
los tímidos ratones y, cesando en su resistencia,
se dieron a la fuga. Y al ponerse el sol, terminó aquella batalla que había
durado un solo día.
Wie die Geschichte weitergeht
In unsrer nächsten Folge steht.
wird fortgesetzt
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